Rodeada de una injusta mala fama, la disco Capezzio es uno de los lugares emblemáticos del puerto de Veracruz. Desde sus orígenes y hasta la fecha ha reinventado constantemente el concepto del «antro» en el puerto jarocho. Esta crónica de Juan Eduardo Flores Mateos, acompañada de fotografías de Ilse Huesca, es una excepcional guía de lo que significa una típica noche capezziana.
La revista nini contará con la presencia de los creadores –Juan Eduardo e Ilse– en la presentación de su octavo número dedicado a «la chusma» el viernes 28 de octubre a las 20:00 horas en La Infanta Café (Gómez Farías 2111, en el puerto de Veracruz). Acompañados de Jerónimo Rosales, co-editor de la revista, los autores platicarán sobre el proceso creativo que generó este especial y discutirán sobre la chusma porteña, el reguetón jarocho, la historia de Capezzio y la receta secreta del ñiaaa.
A un costado de la pista, a la mitad de un pasillo angosto que conectaba la entrada con el antepatio, había una multitud expectante. Sobresalía un hombre maduro, robusto, de corta estatura y cabeza semi calva, con los ojos delineados de negro. Se llamaba Juan Santiago y era conocido por animar fiestas masivas y conducir un programa nocturno con bastante rating. Como si fuese una especie de profeta, Juan Santiago sostenía un micrófono y azuzaba a la muchedumbre:
La gente a su alrededor se agitaba en arrebato carnal. A su lado, a la manera de monaguillos de un culto herético, dos hombres cargaban una enorme cazuela para mole. Con la mano que le quedaba libre, Juan Santiago tomaba un pocillo de peltre y servía la bebida en vasos desechables. Uno de los monaguillos, regordete, le acercaba entonces un enorme consolador de plástico. Juan Santiago tomaba el dildo y revolvía el líquido. Cogía el pocillo nuevamente y volvía a servir. La bebida, espesa y de color blanco, contenía distintos tipos de alcohol: caña, ron, whisky. En aquel lugar ese brebaje era conocido como el «mole de verga».
Los espectadores estiraban la mano, todos querían probarlo, no había quien no quisiera un poco. Era como si desearan consumir el elíxir de una vida eterna de perreo y desenfreno. «¡Juan, yo quiero!», «¡Juan, Juan!», gritaban los asistentes tratando de hacerse oír sobre el estruendo de la música. Y Juan daba, Juan repartía.
La historia
Abrió sus puertas hace 35 años. Omitiendo un par de bares y cantinas, Capezzio es el centro de diversión nocturna más viejo de la ciudad de Veracruz. Antes de llamarse Capezzio se llamó Nancy’s, en honor a su fundadora, maestra de una secundaria técnica. Los centros de diversión cerraban temprano en el Veracruz de los ochenta. Nancy’s funcionó celebrando tardeadas. Primero de cuatro a ocho de la noche y luego de ocho a once. Había música disco y shows de un grupo de bailarines llamado «Young People». Juan Santiago formaba parte de ese grupo y a bailar hubiera dedicado el resto de su vida de no ser porque un buen día Nancy, la fundadora, descubrió que estaba enamorada de él. Juan Santiago ascendió en la escalera de poder al interior del establecimiento: dejó la pista y ocupó la gerencia.
Transcurría ya la década de los noventa y el término «antro» servía en el puerto jarocho para designar a las discotecas de bajo nivel y mala muerte. Si bien Capezzio había tropicalizado el término discotheque, pronto asumió el concepto del antro. A partir de entonces, en Veracruz se empezó a popularizar la palabra ya no para designar los centros nocturnos desagradables e inseguros sino para referirse a los recintos destinados a la diversión del público joven.
El show: teatro cómico para la raza
El show no tiene una estructura definida, pero se puede aproximar un cronograma. Juan Santiago empieza nombrando los barrios y colonias populares de la ciudad: La Huaca, Las Brisas, la Carranza, el Buenavista, El Coyol, la 21 de Abril, Río Medio. Luego nombra varios equipos de futbol, ensalzando a los Tiburones Rojos del Veracruz –el equipo local– lo mismo que a las Águilas del América. La raza corea cada intervención del animador, especialmente cuando este grita a través del micrófono aquello de «jarooochos» y el público puntúa: «¡A hueeevo!». A esta manifestación multitudinaria de chovinismo provinciano se le conoce como «el jarochazo» y, si bien su uso ya es extendido en contextos diversos donde se reúne el pueblo jarocho (como partidos de futbol y desfiles del Carnaval), lo cierto es que se originó en la casa de la raza.
Tras esto, empieza la música y con esta las bromas y los concursos. Al ritmo de una canción del payaso Cepillín, Juan Santiago arroja puños de harina al público que rodea el escenario; revienta pastelazos en la cara de los asistentes; moja con agua a quienes están cerca de la pista. En Capezzio se concursa para que la gente haga gala de su capacidad para resistir la humillación. Todo aquel que no quiera «entrarle al desmadre» será expulsado del escenario. Si algún concursante resulta ser penoso, aburrido o apretado, será reprobado por el público espectador. Cual verdugo, Juan Santiago invocará el clamor popular. Señalando al acusado, preguntará a través del micrófono: «¿A dónde se va?». Y el público rugirá: «A la vergaaaa». «Órale, sáquese a la verga», rematará Juan Santiago mientras el expulsado, cabizbajo, regresa a su mesa. Habrán terminado sus cinco minutos de fama.
Como resultó frecuente que los concursos de baile los ganaran las mujeres entradas en carnes, Juan Santiago instituyó el Gordatón, categoría de baile para las muchachas con sobrepeso y obesidad, cuya ejecución se caracteriza por el excesivo optimismo y entusiasmo de las participantes. En cualquier caso el castigo es el siguiente: «mamada» o «corte malo» en el cabello. Dado que las castigadas escogen su propio castigo, no se tiene registro de ninguna felación punitiva, pero sí de muchos mechones mal cortados, cabelleras tusadas y peinados arruinados sobre el escenario.
Aquí perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá
El logotipo de Capezzio representa a un obrero rodeado por un engrane, y la asociación con la clase trabajadora del puerto queda enfatizada en su lema: «La casa de la raza». En otros clubes porteños la segregación se hace manifiesta aún sin haber ingresado a ellos. Es el cadenero, guardián de la diversión, el sujeto que define quién entra y quién no basándose en un sólo criterio: el aspecto de los asistentes. En esos antros, los gordos cancerberos vestidos de negro impedirán el paso a quien vaya de bermudas y gorra y lo cederán complacientes a quien llegue en auto de lujo, bien peinado y posea, de preferencia, un color de piel no muy oscuro. Juan Santiago ha señalado en entrevistas que «todas las discoteques dicen ‘guácala, clase baja. Fuchi. Morenito, mal peinado, mezclilla, short, tenis, hueles mal. ¡Discúlpame, no entras!’, pero no maestro, todos somos iguales». Sin políticas de segregación al momento de entrar, Capezzio es, en palabras de su gerente, un lugar de diversión para «la banda malandra», la «raza que por lo menos ha caído una vez en el penalito de Playa Linda», «esa que no tiene auto y se levanta desde temprano para chingarle».
Sin embargo, una vez dentro del establecimiento, es clara la segmentación. Juan Santiago dice que, en una sola noche, ha tenido un Capezzio dividido en zona gay, zona fresa, zona malandra y hasta zona slam. Son las ruinas, las huellas, los vestigios del Veracruz amurallado. Los jarochos saben que «los sábados son de malandros y los domingos de fresas». No es gratuito que la canción de aniversario que algunos músicos locales compusieron para el antro diga en su lírica que en el antro se puede bailar «con la fresa y también con la malandrona, porque Capezzio se hizo pa’ Veracruz y to’a la zona», no la letra señala que el sábado es cuando van los marginales urbanos que visten «de gorra y playeras Nike», mientras que «los domingos muchos fresas hay».
Quiero un escándalooo
Frente a Capezzio se encuentra el edificio que hasta 2009 funcionaba como el Penal Ignacio Allende. La leyenda urbana cuenta que en los años noventa, cuando el Penal todavía estaba activo, algunos reos conectados con la élite política veracruzana salían de la prisión, cruzaban la calle para divertirse y regresaban a sus celdas cuando el antro cerraba sus puertas. La leyenda y el escándalo parecen seguir a Capezzio. Se dice que hace más de un lustro era común que, al sonar la canción de El gato volador, la gente lanzara felinos vivos por el aire, lo que llevó a que numerosas organizaciones de protección de los animales emitieran las respectivas denuncias públicas.
El lugar también ha tenido sus encuentros con el crimen organizado. En más de una ocasión miembros de los cárteles que se disputan la plaza (los Zetas y el Cártel de Jalisco Nueva Generación) han irrumpido en el establecimiento para secuestrar a algunos clientes. A pesar de su mala fama entre la clase media y alta del puerto, en Capezzio nunca se han visto espectáculos como los que con frecuencia protagonizó La Casona, el antro fresa de la ciudad. Los Zetas hicieron de este su centro de diversiones. En el 2012 un comando armado arrojó al interior de La Casona la cabeza cercenada de Francisco Acosta, hijo de un ex agente de la policía judicial del estado que trabajaba para los Zetas. Y en 2013, en la zona VIP de ese mismo antro fue asesinado de 13 disparos en el pecho Francisco Javier Díaz Ávila, un muchacho que, según las notas de prensa, era hijo de un ex jefe de plaza de los Zetas. Actualmente La Casona ha cerrado sus puertas. Las de Capezzio, como sea, siguen abiertas de par en par.
En el puerto de Veracruz la cultura del antro es la que prevalece. Generalmente, las charlas de los jarochos son discusiones sobre cuál antro es el bueno para pasar el rato. Salpicadas de anécdotas, las conversaciones resultan repasos casi académicos sobre la vida nocturna de la ciudad. Como si se tratara de lecciones de geografía e historia, los conversadores debaten sobre dónde se ubicaba cada antro, cuál fue el mejor y en qué año lo fue. Es normal que se discuta por definir qué «loquerón» o cuál «destrucción» es la más impresionante de todas las que se cuentan. Durante el debate, lo que menos importa es si se exagera, lo valioso es la seguridad con la que se cuentan las historias y la habilidad con que se las teatraliza.
Emblema y síntoma de la ciudad amurallada, Capezzio es, tal vez, el sitio más representativo de Veracruz. Espacio donde se condensa el mito costeño de la rumba y el cotorreo, allí se encuentran todas las clases sociales. Ricos y pobres se emborrachan al mismo precio irrisorio. Los jarochos saben que cuando cae la noche y llega el fin de semana, ir a Capezzio será la fábula en la que encontrarán de todo; hasta el amor de sus vidas.
Esta crónica fue escrita por Juan Eduardo Flores Mateos. Las imágenes que la acompañan son autoría de Ilse Huesca. Ambos autores platicarán sobre el proceso creativo que generó esta crónica y discutirán sobre la chusma porteña, el reguetón jarocho, la historia de Capezzio y la receta secreta del ñiaaa en La Infanta Café (Gómez Farías 2111, Veracruz, Ver.) el viernes 28 de octubre a las 20:00 horas.
Agradecemos a Juan Santiago Carvajal, gerente de Capezzio, por la ayuda brindada. (La revista nini no solicitó autorización de ningún representante de Capezzio para publicar esta crónica).
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